Memorias de un viejo lince - “Hola, amigos humanos, soy un viejo lince que os va contar una historia dramática sobre el hombre ahora que se nos quiere utilizar como un símbolo de la protección del bosque mediterráneo. Seguramente todos habéis escuchado mil veces el famoso dicho atribuido al geógrafo Estrabón, en el que una ardilla podría fácilmente cruzar la Península Ibérica sin bajarse de un árbol. Pues de la misma forma, un lince la podría cruzar a la sombra de los inmensos bosques de Pirineos a Gibraltar. Yo, que soy un lince, puedo deciros que es verdad, que cuando nuestra especie era floreciente, cuando el hombre no había alterado el equilibrio de la naturaleza, reinábamos los linces en una península que era un bosque inmenso. Vuestros antepasados primitivos se dedicaron a quemar los bosques durante decenas de miles de años, primero para cazar y luego para sacar el fruto de las cosechas en los claros. El paisaje fue pasando del bosque al matorral, y del matorral al pastizal, al que nos fuimos adaptando. Después de las guerras, en las que se talaban y quemaban los bosques para poder luchar mejor, la población empobrecida introducía el pastoreo abusivo y la agricultura tenaz y repetida. El imperio español terrestre se hizo a la mar con barcos de madera, y con ello se hundieron más bosques. Además, sufrimos la persecución directa para el uso de nuestras pieles y como trofeo de caza. Hacia 1966 se dijo que se nos había protegido. Lo cierto es que malvivimos, pues una enfermedad diezmó a los conejos, nuestro principal alimento. Por último, los montes donde habitábamos comenzaron a llenarse del rugido de los bulldozer, que convirtieron lo que antes eran espesuras de floridos y olorosos bosques y matorrales mediterráneos en tristes e insulsas plantaciones de pinos y eucaliptos. Desde entonces, aguantamos como podemos los ataques del hombre hacia nuestro hábitat, añorando esos tiempos en los que podíamos atravesar la península de norte a sur o de oeste a este al abrigo y la sombra de esos feraces e históricos bosques, al igual que la ardilla de Estrabón. Joaquín de Prada